Historias contadas bajo un Sauce Llorón
Mi segunda entrada es para mostrar una historia.
"En el Olvido" supongo :P
- Amiga, ¿Estás ahí? - preguntó una vez entre sollozos.
El silencio se hizo partícipe en este cuadro, repleto de esculturas quietas, mudas, insensibles.
De espalda a la pared veo todo lo que ocurre en mi papel de narrador omnisciente, puedo prever los actos de los personajes que se batirán a duelo para alcanzar la gloria del protagonismo de un cuento que se sumirá en el más oscuro y recóndito de los lugares.
Detallar sus ocurrencias, sus pensamientos, sus debilidades y sus sentimientos.
Podría contar un sin fin de historias pero todas terminarían iguales, la muerte, la felicidad, la angustia, el sufrimiento; las acabaría relatando yo, con sumo detalle.
De la habitación resurge un sonido, campanadas de medianoche, taladrando los oídos de quienes se encuentran cerca de aquel viejo campanario de Londres, gigante, conocido, escrito, descrito.
No hace falta que se diga más, con la quinta campanada todo comienza a adoptar un aire familiar, antiguo, especial.
Aquí se sitúa la historia, en la Sala de Recuerdos Vacíos, que solo perduran en esta habitación ya que han sido olvidados por sus propietarios.
Ahora mi trabajo es contar sus sentimientos, pero al ser estatuas sin vida, jamás podrían tenerlos, ni con la quinta ni doceava campanada del renombrado campanario.
- Déjate de tonterías Louisiana - Chilló un niño fuera, a él pertenecía la voz que rompió por vez primera el silencio en la sala.
El ruido externo se intensificó, pero la habitación seguía sumida en el silencio.
Me abalancé a una silla de madera antigua y demasiado frágil, pero no importa porque yo en aquel lugar peso tanto como una pluma, mi cuerpo semitransparente dejaba entrever los detalles, flores labradas en el respaldo color caramelo, el asiento en si tenía una indescifrable armonía con aquel lugar olvidado.
El crujir de una de las tablas del recinto me alertó de que no estaba solo, alguien se acercaba a pasos agigantados por el corredor.
- Louisiana, ven aquí yo ahí adentro no me meto - dijo a gritos el muchachito que se encontraba en la calle cerca de la estación de trenes.
- Johnny, vamos no seas miedoso, con 16 años y tan asustadizo - se rió la niña - esto se lo tengo que decir a todos mis amigos en Estados Unidos, el gran John Fanning le tiene miedo a una habitación cerca del tren -de inmediato se puso seria - Johnny, has lo que quieras pero después no llores cuando los chicos de Los Ángeles te digan marica.
Sentí que algo surcaba el aire, hasta terminar golpeando a una mesa con mucho sentido para mi, me entristecí, pero no bajé la guardia, seguía bien atento a sus palabras.
- Anda, que te guíe tu abuela entonces por las calles de Londres - y dicho esto, John Fanning se marchó dejando sola a su amiga en el recinto silencioso.
La joven siguió adelante sin afectarle en lo más mínimo que su amigo de intercambio no la acompañase.
Ella era, por lo que podía aventurar, alguien valiente y testarudo, no había quien la parase cuando se proponía algo, ni su amigo, ni un aviso de "No entre" en la puerta del edificio.
Cuando abandonó el largo pasillo y se adentró en la sala de recuerdos, mis ojos inexistentes vieron su profunda belleza, oculta detrás de esas cicatrices; la chica, Louisiana, de contextura menuda y ojos color avellana, vestía un buzo deportivo de los Ángeles Lakers, unos pantalones viejos de Jean y lucía el pelo ondulado color negro azabache suelto, le llegaba hasta la cintura.
Sentí que de ella emanaba miedo, le asustaba La sala de los Recuerdos Vacíos; que diferente era como yo veía ese lugar, mi santuario personal.
Sus blancas paredes sin ventanas eran mi pedacito de tierra, mi lugar para pensar y retraerme junto a los miles de artefactos, nuevos y viejos que fueron abandonados.
El lugar estaba construido en el centro del Viejo Londres, aunque ahora con las nuevas reformas quedara fuera del gentío; Allí dentro yo tenía mis posesiones más preciadas, mi silla Luís XV en la que estoy sentado, un cuadro que creo fue pintado por Goya, aunque nunca me he dispuesto a averiguarlo y la mesa de cedro antigua hecha a mano y maravillosamente labrada que ese chico destruyó sin pensarlo.
Algo me hizo salir de mis ensoñaciones. Allí, frente a mi la niña se alejaba del lugar para no regresar jamás.
Aquel mequetrefe con lentes y pelo aplastado color rubio, engreído hasta donde yo puedo apreciar, de ojos insulsamente azules; de seguro de alta alcurnia ya que vestía elegantemente, el lado opuesto de la intrusa del salón de recuerdos.
Me levanté de mi silla y atravesé la habitación sin hacer el menor ruido, atravesando las reliquias cuyas historias me fueron confiadas.
- ¡No! - de mi garganta surgió un ruido, imparable y afilado como dagas, mi voz perforando mi cuerpo invisible; imposible parar ahora, tenía la atención de mi visitante. - No te vallas.
Instintivamente me retraje, no debí haberme delatado, mil años de silencio contando historias para ahora perder mi anonimato.
No tengo la más remota idea de por qué quería que ese ser tan entrometido se quedara en mi morada; tal vez necesitaba dejar de aprisionar mi esencia al no dialogar con ser vivo alguno desde que tengo memoria.
Mi sacrificio, mi recompensa; contar la vida y obra del mundo y sus habitantes, precisaba un confidente.
Me percaté de que la niña miraba fijo hacia donde yo me encontraba, contuve el aliento el mal ya estaba hecho.
- ¿Hola? - tartamudeó mi interlocutora desde la puerta de madera - ¿hay alguien ahí?
No respondí, intentado lograr que la joven creyera que mi voz era una alucinación. La ví acercarse, conteniendo el aliento, tratando de percibir cualquier sonido por pequeño que fuese. Ella no sabía que mi inexistente cuerpo al rozarse con los muebles no haría el menor ruido.
No sabía que hacer ni a que enfrentarme, el miedo carcomía mi fino autocontrol al punto de desear entablar una conversación con esta intrusa.
La niña se acercaba más y más, a cada paso me sentía desfallecer. Cuando nos encontramos a menos de medio metro de distancia, sentí que no podía controlar la situación, me desmoroné.
- Aquí - dije en un susurro, deseando con todas mis fuerzas tener el valor para seguir con mi plan.
Percibí como tragaba compulsivamente incapaz de creer lo que se presentaba ante ella.
Me di cuenta de que el mal ya estaba hecho, presentarme no haría mayor daño.
Titubee, una incógnita reinaba en mi mente; cómo podría expresarme para que una simple humana comprendiera mi existencia. Más aún para que entendiera mi destino en el mundo y mi eterna gratitud para con la Sala de Recuerdos Vacíos.
Ahora, mi supuesto final.
Un ruido, luego silencio. Seguido por un estúpido jingle musical proveniente del teléfono del único ser viviente de este cuarto -no considero que mi existencia sea muy viva para considerarme dentro de dicha categoría- Parpadeó instintivamente saliendo de sus cavilaciones, atendió el móvil una voz susurrante se escuchaba desde el teléfono celular, mientras la chica se alejaba del salón. Alargué la mano para detenerla pero esta atravesó su cuerpo.
La vi volverse e irse, mientras una sensación de picor recorría la extensión de mi invisible cara, lágrimas imposibles pugnaban por salir de mis ojos.
Ella nunca regresó y yo nunca la esperé. Sabía que mi oportunidad había pasado y que no volvería, igual no deseaba lamentarme.
El tiempo seguirá pasando y conmigo seguirá el recuerdo de aquella joven que ingresó en la Sala de Recueros Vacíos
"En el Olvido" supongo :P
- Amiga, ¿Estás ahí? - preguntó una vez entre sollozos.
El silencio se hizo partícipe en este cuadro, repleto de esculturas quietas, mudas, insensibles.
De espalda a la pared veo todo lo que ocurre en mi papel de narrador omnisciente, puedo prever los actos de los personajes que se batirán a duelo para alcanzar la gloria del protagonismo de un cuento que se sumirá en el más oscuro y recóndito de los lugares.
Detallar sus ocurrencias, sus pensamientos, sus debilidades y sus sentimientos.
Podría contar un sin fin de historias pero todas terminarían iguales, la muerte, la felicidad, la angustia, el sufrimiento; las acabaría relatando yo, con sumo detalle.
De la habitación resurge un sonido, campanadas de medianoche, taladrando los oídos de quienes se encuentran cerca de aquel viejo campanario de Londres, gigante, conocido, escrito, descrito.
No hace falta que se diga más, con la quinta campanada todo comienza a adoptar un aire familiar, antiguo, especial.
Aquí se sitúa la historia, en la Sala de Recuerdos Vacíos, que solo perduran en esta habitación ya que han sido olvidados por sus propietarios.
Ahora mi trabajo es contar sus sentimientos, pero al ser estatuas sin vida, jamás podrían tenerlos, ni con la quinta ni doceava campanada del renombrado campanario.
- Déjate de tonterías Louisiana - Chilló un niño fuera, a él pertenecía la voz que rompió por vez primera el silencio en la sala.
El ruido externo se intensificó, pero la habitación seguía sumida en el silencio.
Me abalancé a una silla de madera antigua y demasiado frágil, pero no importa porque yo en aquel lugar peso tanto como una pluma, mi cuerpo semitransparente dejaba entrever los detalles, flores labradas en el respaldo color caramelo, el asiento en si tenía una indescifrable armonía con aquel lugar olvidado.
El crujir de una de las tablas del recinto me alertó de que no estaba solo, alguien se acercaba a pasos agigantados por el corredor.
- Louisiana, ven aquí yo ahí adentro no me meto - dijo a gritos el muchachito que se encontraba en la calle cerca de la estación de trenes.
- Johnny, vamos no seas miedoso, con 16 años y tan asustadizo - se rió la niña - esto se lo tengo que decir a todos mis amigos en Estados Unidos, el gran John Fanning le tiene miedo a una habitación cerca del tren -de inmediato se puso seria - Johnny, has lo que quieras pero después no llores cuando los chicos de Los Ángeles te digan marica.
Sentí que algo surcaba el aire, hasta terminar golpeando a una mesa con mucho sentido para mi, me entristecí, pero no bajé la guardia, seguía bien atento a sus palabras.
- Anda, que te guíe tu abuela entonces por las calles de Londres - y dicho esto, John Fanning se marchó dejando sola a su amiga en el recinto silencioso.
La joven siguió adelante sin afectarle en lo más mínimo que su amigo de intercambio no la acompañase.
Ella era, por lo que podía aventurar, alguien valiente y testarudo, no había quien la parase cuando se proponía algo, ni su amigo, ni un aviso de "No entre" en la puerta del edificio.
Cuando abandonó el largo pasillo y se adentró en la sala de recuerdos, mis ojos inexistentes vieron su profunda belleza, oculta detrás de esas cicatrices; la chica, Louisiana, de contextura menuda y ojos color avellana, vestía un buzo deportivo de los Ángeles Lakers, unos pantalones viejos de Jean y lucía el pelo ondulado color negro azabache suelto, le llegaba hasta la cintura.
Sentí que de ella emanaba miedo, le asustaba La sala de los Recuerdos Vacíos; que diferente era como yo veía ese lugar, mi santuario personal.
Sus blancas paredes sin ventanas eran mi pedacito de tierra, mi lugar para pensar y retraerme junto a los miles de artefactos, nuevos y viejos que fueron abandonados.
El lugar estaba construido en el centro del Viejo Londres, aunque ahora con las nuevas reformas quedara fuera del gentío; Allí dentro yo tenía mis posesiones más preciadas, mi silla Luís XV en la que estoy sentado, un cuadro que creo fue pintado por Goya, aunque nunca me he dispuesto a averiguarlo y la mesa de cedro antigua hecha a mano y maravillosamente labrada que ese chico destruyó sin pensarlo.
Algo me hizo salir de mis ensoñaciones. Allí, frente a mi la niña se alejaba del lugar para no regresar jamás.
Aquel mequetrefe con lentes y pelo aplastado color rubio, engreído hasta donde yo puedo apreciar, de ojos insulsamente azules; de seguro de alta alcurnia ya que vestía elegantemente, el lado opuesto de la intrusa del salón de recuerdos.
Me levanté de mi silla y atravesé la habitación sin hacer el menor ruido, atravesando las reliquias cuyas historias me fueron confiadas.
- ¡No! - de mi garganta surgió un ruido, imparable y afilado como dagas, mi voz perforando mi cuerpo invisible; imposible parar ahora, tenía la atención de mi visitante. - No te vallas.
Instintivamente me retraje, no debí haberme delatado, mil años de silencio contando historias para ahora perder mi anonimato.
No tengo la más remota idea de por qué quería que ese ser tan entrometido se quedara en mi morada; tal vez necesitaba dejar de aprisionar mi esencia al no dialogar con ser vivo alguno desde que tengo memoria.
Mi sacrificio, mi recompensa; contar la vida y obra del mundo y sus habitantes, precisaba un confidente.
Me percaté de que la niña miraba fijo hacia donde yo me encontraba, contuve el aliento el mal ya estaba hecho.
- ¿Hola? - tartamudeó mi interlocutora desde la puerta de madera - ¿hay alguien ahí?
No respondí, intentado lograr que la joven creyera que mi voz era una alucinación. La ví acercarse, conteniendo el aliento, tratando de percibir cualquier sonido por pequeño que fuese. Ella no sabía que mi inexistente cuerpo al rozarse con los muebles no haría el menor ruido.
No sabía que hacer ni a que enfrentarme, el miedo carcomía mi fino autocontrol al punto de desear entablar una conversación con esta intrusa.
La niña se acercaba más y más, a cada paso me sentía desfallecer. Cuando nos encontramos a menos de medio metro de distancia, sentí que no podía controlar la situación, me desmoroné.
- Aquí - dije en un susurro, deseando con todas mis fuerzas tener el valor para seguir con mi plan.
Percibí como tragaba compulsivamente incapaz de creer lo que se presentaba ante ella.
Me di cuenta de que el mal ya estaba hecho, presentarme no haría mayor daño.
Titubee, una incógnita reinaba en mi mente; cómo podría expresarme para que una simple humana comprendiera mi existencia. Más aún para que entendiera mi destino en el mundo y mi eterna gratitud para con la Sala de Recuerdos Vacíos.
Ahora, mi supuesto final.
Un ruido, luego silencio. Seguido por un estúpido jingle musical proveniente del teléfono del único ser viviente de este cuarto -no considero que mi existencia sea muy viva para considerarme dentro de dicha categoría- Parpadeó instintivamente saliendo de sus cavilaciones, atendió el móvil una voz susurrante se escuchaba desde el teléfono celular, mientras la chica se alejaba del salón. Alargué la mano para detenerla pero esta atravesó su cuerpo.
La vi volverse e irse, mientras una sensación de picor recorría la extensión de mi invisible cara, lágrimas imposibles pugnaban por salir de mis ojos.
Ella nunca regresó y yo nunca la esperé. Sabía que mi oportunidad había pasado y que no volvería, igual no deseaba lamentarme.
El tiempo seguirá pasando y conmigo seguirá el recuerdo de aquella joven que ingresó en la Sala de Recueros Vacíos
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